martes, noviembre 21, 2006

"Casa de muñecas", de Henrik Ibsen

-Fragmento-


CRISTINA: Krogstad, tenemos que hablar.
KROGSTAD: ¿Nosotros dos? ¿Qué podremos decimos todavía?
CRISTINA: Muchas cosas.
KROGSTAD: No lo hubiera creído jamás.
CRISTINA: Es que usted no me ha comprendido bien nunca.
KROGSTAD: No había mucho que comprender; esas cosas ocurren diariamente. La mujer sin corazón despide al hombre con quien está en relaciones cuando encuentra otro partido más ventajoso.
CRISTINA: ¿Me cree usted, pues, falta de corazón enteramente? ¿Supone que no me costó nada el rompimiento?
KROGSTAD: Sin duda.
CRISTINA: ¿Ha creído eso realmente, Krogstad?
KROGSTAD: Si no era así, ¿por qué me escribió usted como lo hizo?
CRISTINA: No podía actuar de otro modo. Decidida a romper, debía arrancar de su corazón todo lo que sintiera por mí.
KROGSTAD (Frotándose las manos): ¡Ah! ¡Eso es!... Y todo por el vil interés.
CRISTINA: No debe usted olvidar que yo tenía entonces que sostener a mi madre y a dos hermanos pequeños. No podíamos esperar a usted, que sólo tenía entonces esperanzas tan remotas...
KROGSTAD: Aún suponiendo que fuera así, usted no tenía derecho a rechazarme por otro.
CRISTINA: No lo sé. Muchas veces me lo he preguntado.
KROGSTAD (Bajando la voz): Cuando la perdí a usted, creí que me faltaba el suelo. Míreme: soy como un náufrago asido a una tabla.
CRISTINA: Quizás esté próxima la salvación.
KROGSTAD: La tenía ya, y usted ha venido a quitármela.
CRISTINA: Yo he sido ajena a la cuestión, Krogstad. Hasta hoy no he sabido que la persona a quien iba a substituir en el Banco era usted.
KROGSTAD: Lo creo, puesto que me lo dice; pero ahora que lo sabe, ¿no renunciará al cargo?
CRISTINA: No, porque a usted no le serviría de nada.
KROGSTAD: ¡Ah! ¡Bah! Yo, en el lugar de usted, lo haría de todos modos.
CRISTINA: He aprendido a obrar juiciosamente. Me lo han enseñado la vida y la dura necesidad.
KROGSTAD: Pues a mí la vida me ha enseñado a no dar crédito a las palabras.
CRISTINA: En eso le ha dado a usted una sabia lección, pero ¿cree usted en los hechos?
KROGSTAD: Tengo buenas razones para hablar así.
CRISTINA: Yo también soy un náufrago asido a una tabla; no tengo a nadie a quien consagrarme, a nadie que necesite de mí.
KROGSTAD: Usted lo ha querido.
CRISTINA: No podía elegir.
KROGSTAD: ¿Adónde quiere usted ir a parar?
CRISTINA: ¿Qué le parece a usted si esos dos náufragos se tendieran la mano?
KROGSTAD: ¿Qué dice usted?
CRISTINA: ¿No vale más juntarse en la misma tabla?
KROGSTAD: ¡Cristina!
CRISTINA: ¿Cuál supone usted que es el motivo que me ha traído a esta ciudad?
KROGSTAD: ¿Habría usted acaso pensado en mí?
CRISTINA: Necesito trabajar para poder soportar la existencia. Toda mi vida, hasta donde alcanzan mis recuerdos, la he pasado trabajando. Era mi mayor y mi única alegría. Ahora me encuentro sola en el mundo, y advierto un vacío horrible. No pensar más que en sí misma quita todo atractivo al trabajo. Vamos, Krogstad, dígame usted por quién y por qué voy a trabajar.
KROGSTAD: No le creo; eso no es más que orgullo de mujer que se exalta y desea sacrificarse.
CRISTINA: ¿Me ha visto usted alguna vez exaltada?
KROGSTAD: ¿Sería usted capaz de hacer lo que dice? ¿Conoce todo mi pasado?
CRISTINA: Sí.
KROSTAD: ¿Conoce usted mi reputación, lo que se dice de mí?
CRISTINA: Sí, lo he comprendido bien hace poco. Usted supone que yo habría podido salvarlo.
KROGSTAD: Estoy seguro de ello.
CRISTINA: ¿No se puede reparar todo?
KROGSTAD: ¡Cristina! ¿Ha pensado usted bien lo que dice? Sí, lo veo en su cara. ¿De modo que tendría el valor ...?
CRISTINA: Yo necesito alguien a quien servir de madre, y los hijos de usted necesitan madre. Nosotros también nos sentimos inclinados el uno hacia el otro. Tengo fe en lo que hay en el fondo de usted, Krogstad... Con usted nada me asustará.
KROGSTAD (Estrechándole las manos): ¡Gracias, Cristina gracias!... Ahora es preciso que me levante a los ojos del mundo, y sabré hacerlo. ¡Ah! Pero me olvidaba... (La música ejecuta la tarantela).
CRISTINA (Escuchando): ¡Silencio! ¡La tarantela! ¡Váyase usted, váyase en seguida!
KROGSTAD: ¿Por qué?
CRISTINA: ¿Oye usted esa música? Es que concluye el baile, y van a volver.
KROGSTAD: Bien, me marcho. Ya todo es inútil. Usted no sabe, por supuesto, el paso que he dado contra los Helmer.
CRISTINA: Por lo contrario, Krogstad, lo conozco.
KROGSTAD: ¿Y tenía el valor de ...?
CRISTINA: Sé lo que puede la desesperación en una persona como usted.
KROGSTAD: ¡Oh! ¡Si pudiera deshacer mi obra!
CRISTINA: Puede usted: su carta está todavía en el buzón.
KROGSTAD: ¿Está usted segura?
CRISTINA: Lo sé, pero...
KROGSTAD (Mirándola fijamente): ¿Es ésa la explicación? ¿Desea usted salvar a su amiga a todo precio? Haría usted mejor en confesarlo francamente. ¿Es así?
CRISTINA: Krogstad, cuando una persona se ha vendido una vez por salvar a alguien, no reincide.
KROGSTAD: Voy a pedir mi carta.
CRISTINA: Nada de eso.
KROGSTAD: ¡Vaya! No faltaba más. Espero la vuelta de Helmer para decirle que deseo recuperar mi carta.... que no trata más que de mi cesantía..., que no necesita leerla...
CRISTINA: No, Krogstad, no pida usted la carta.
KROGSTAD: Pero, sin embargo..., ¿no es por eso realmente por lo que me ha hecho usted venir aquí?
CRISTINA: Durante las últimas 24 horas han ocurrido aquí cosas increíbles, y es conveniente que Helmer lo sepa todo; ese fatal misterio debe disiparse. Hace falta que se expliquen: basta de embustes y de evasivas.
KROGSTAD: Bien, si usted lo toma por su cuenta... Pero hay algo que hacer en todo caso y que importa hacer en seguida...
CRISTINA (Escuchando): ¡Despáchese usted! Váyase!... El baile ha terminado, y no estamos ya seguros.
KROGSTAD: La espero a usted abajo.
CRISTINA: Conforme. Me acompañará usted hasta la puerta de mi casa.
KROGSTAD: Jamás he sido tan feliz. (Sale por la puerta exterior. La del recibidor sigue abierta hasta el fin).




Acto Tercero, Escena I.
1879.

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