«Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi
padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a
verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría,
pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo». Con las
oraciones iniciales de Pedro Páramo
de Juan Rulfo, al igual que con el comienzo de Michael Kohlhaas, la novela corta de Kleist, y de La marcha Radetzky, la novela de Joseph
Roth, nos sabemos en manos de un narrador magistral. Estas frases cautivadoras,
que por su concisión y franqueza atraen al lector hacia el libro, tienen una
suerte de bruñido, de algo ya dicho, como el comienzo de un cuento de hadas.
Pero la diáfana apertura del libro es apenas la primera
jugada. En efecto, Pedro Páramo es
una narración mucho más compleja de lo que hace suponer su inicio. La premisa
de la novela —una madre muerta que lanza a su hijo al mundo, la búsqueda de un
hijo en pos de su padre— se convierte en una estancia coral en los infiernos.
La narración se ubica en dos mundos: la Comala del presente, hacia la que viaja
Juan Preciado (el «yo» de las primeras oraciones), y la Comala del pasado, el
pueblo de los recuerdos de su madre y de la juventud de Pedro Páramo. La
narración alterna la primera y la tercera persona, el presente y el pasado.
(Las grandes narraciones no sólo están contadas en pretérito, sino que versan
sobre el pretérito). La Comala del pasado es un pueblo de gente viva. La Comala
del presente está habitada por los muertos, y los encuentros de Juan Preciado
cuando llega a Comala son con ánimas. Páramo es la llanura árida, la tierra
yerma. No sólo el padre al que busca está muerto, sino todas las demás personas
del pueblo. Como están muertos, no tienen nada que expresar sino su esencia.
«Hay muchos silencios en mi vida —dijo Rulfo alguna
vez—. Y también en lo que escribo».
Rulfo ha recordado que albergó Pedro Páramo en su interior muchos años antes de que supiera cómo
escribirla. Más bien redactaba cientos de páginas que después desechaba: alguna
vez calificó su novela como un ejercicio de eliminación. «La práctica de
escribir los cuentos me dio disciplina —señaló—, y me hizo darme cuenta de que
era necesario desaparecer y dejar que mis personajes fueran libres de hablar
como quisieran, lo que causó, al parecer, una falta de estructura. Sí hay
estructura en Pedro Páramo, pero es
una estructura hecha de silencios, de hilos sueltos, de escenas cortadas, en la
que todo ocurre en un tiempo simultáneo que es un no tiempo».
Pedro Páramo es un libro legendario de un
escritor que, en vida, también se convirtió en leyenda. Rulfo nació en 1917, en
un pueblo del estado de Jalisco; llegó a la Ciudad de México cuando tenía
quince años, estudió Derecho en la universidad y comenzó a escribir, aunque no
a publicar, a finales de los años treinta. Sus primeros relatos aparecieron en
revistas en los años cuarenta, y en 1953 vio la luz una colección de cuentos.
Se tituló El llano en llamas. Dos
años después apareció Pedro Páramo.
Los dos libros establecieron la originalidad y autoridad de una voz sin
precedentes en la literatura mexicana. Callado (o taciturno), cortés,
quisquilloso, docto y sin pretensión alguna, Rulfo fue una suerte de hombre
invisible que se ganaba la vida con medios completamente ajenos a la literatura
(durante años fue vendedor de neumáticos), que se casó y tuvo hijos y que pasó
casi todas las noches de su vida leyendo («viajo en los libros») y escuchando
música. También fue enormemente célebre y venerado por sus colegas. No es
habitual que un escritor publique sus primeros libros ya entrado en la
cuarentena, y más raro aún que esos primeros libros sean reconocidos de
inmediato como obras maestras. Y es más raro todavía que tal escritor nunca
publique otro. Una novela titulada La
cordillera fue anunciada por el editor de Rulfo durante muchos años, desde
principios de los sesenta, pero el autor la dio por destruida pocos años antes
de su muerte en 1986.
Todos le preguntaban a Rulfo por qué no publicaba otro
libro, como si la meta de la vida de un escritor fuera seguir escribiendo y
publicando. En realidad, la meta de la vida de todo escritor es producir un
gran libro —es decir, una obra perdurable—, y es lo que hizo Rulfo. No merece
la pena leer un libro una vez si no merece la pena leerlo muchas veces. García
Márquez ha señalado que después de descubrir Pedro Páramo (que con La
metamorfosis de Kafka fue la lectura más influyente de sus primeros años
como escritor) podía recitar extensos pasajes de memoria, y que a la postre
llegó a recordarlo enteramente: tanto lo admiraba y quería saturarse de él.
La novela de Rulfo no es sólo una de las obras maestras
de la literatura universal en el siglo XX, sino uno de los libros más
influyentes del siglo; en efecto, sería difícil exagerar su influencia en la
literatura en castellano durante los últimos cuarenta años. Pedro Páramo es un clásico en el sentido
más cabal del término. En retrospectiva, parece un libro que tenía que haber
sido escrito. Ha influido profundamente en la producción de la literatura y
continúa resonando en otros libros. La nueva traducción de Margaret Sayers
Peden, la cual cumple la promesa que le hice a Rulfo cuando nos conocimos en
Buenos Aires poco antes de su muerte: que Pedro
Páramo se publicaría en una versión en inglés precisa y sin cortes, es un
importante acontecimiento literario.
[1994]
en Cuestión de énfasis, 2001
No hay comentarios.:
Publicar un comentario