miércoles, septiembre 28, 2016

“Arte, belleza y creación”, de Jiddu Krishnamurti






La mayor parte de nosotros constantemente tratamos de huir de nosotros mismos y como el arte ofrece una manera fácil y respetable de conseguirlo, juega un papel importantísimo en las vidas de muchas personas. En el deseo de olvidarse de sí mismos, algunos se vuelven artistas, otros se dan a la bebida, mientras otros siguen doctrinas religiosas, misteriosas y fantásticas.

Cuando, consciente o inconscientemente, nos valemos de algo para huir de nosotros mismos, nos hacemos esclavos de ello. Depender de una persona, de un poema, o de cualquier otra cosa, como medio de escape de nuestras penas y ansiedades, aunque enriquece momentáneamente, sólo crea más conflictos y contradicciones en nuestras vidas.

El estado de creación no puede existir donde hay conflicto; y la verdadera educación debe por lo tanto ayudar al individuo a encararse con sus problemas, y no a glorificar los medios de escape; debe ayudarle a entender y eliminar el conflicto, porque sólo entonces se manifiesta este estado de creación.

El arte divorciado de la vida no tiene gran significación. Cuando el arte está separado de nuestro diario vivir, cuando hay una laguna entre nuestra vida instintiva y nuestros esfuerzos en el lienzo, en el mármol o en la palabra, entonces el arte se convierte simplemente en la expresión de nuestro deseo superficial de escapar de la realidad de lo que «es». Llenar esta laguna es muy difícil, especialmente para los que son talentosos y técnicamente hábiles; pero es sólo cuando llenamos esta laguna que la vida se integra y el arte se convierte en la expresión integral de nosotros mismos.

La mente tiene el poder de crear ilusiones; y cuando no se entienden sus procedimientos, buscar inspiración es provocar la propia decepción. La inspiración viene cuando estamos receptivos, no cuando la buscamos. Intentar por medio de un estímulo cualquiera tener inspiración, conduce a toda clase de vanas ilusiones.

A menos que uno sea consciente de la significación de la existencia, la capacidad o el talento acentúa y destaca el yo y sus anhelos. Tiende a hacer al individuo egocéntrico y separatista; él se siente como entidad aparte, como ser superior, todo lo cual engendra males y produce lucha y dolor. El yo es un fardo de muchas entidades, cada una opuesta a las otras. Es un campo de batalla de deseos conflictivos, un centro de lucha constante entre «lo mío» y «lo no mío»; y mientras demos importancia al yo, a «mí» y a «lo mío», aumentarán los conflictos dentro de nosotros mismos y en el mundo. Un verdadero artista está por encima de la vanidad del yo y de sus ambiciones. Tener la facultad de una brillante expresión, y no obstante dejarse esclavizar por las debilidades mundanas, hacen de la vida una contradicción y una lucha. El elogio y la adulación, cuando se toman a pecho, inflan el ego y destruyen la receptividad; y el culto del éxito en cualquier campo resulta indudablemente en detrimento de la inteligencia.

Cualquier tendencia o talento que contribuye al aislamiento, cualquier forma de la propia identificación, no importa lo estimulante que sea, desnaturaliza la expresión de la sensibilidad y causa insensibilidad. La sensibilidad se embota cuando el talento se vuelve personal, cuando se da importancia al «mi» y a «lo mío» -«Yo pinto», «yo escribo», «yo invento». Es sólo cuando nos damos cuenta de todos los movimientos de nuestro pensar y de nuestro sentir en nuestras relaciones con la gente, con las cosas y con la naturaleza, que la mente se abre y se hace flexible y no está trabada por las demandas y los deseos de la propia protección; sólo entonces, sin los estorbos del yo, puede haber sensibilidad para captar lo feo y lo bello.

La sensibilidad a la fealdad y a la belleza no es el resultado de la afición; surge con el amor, cuando no hay conflictos creados por el yo. Cuando somos interiormente pobres, nos entregamos a toda clase de ostentación de riquezas, poder y posesiones. Cuando nuestros corazones están vacíos, coleccionamos objetos. Si tenemos los medios para ello, nos rodeamos de objetos que consideramos bellos y por atribuirles enorme importancia, somos responsables de gran miseria y destrucción.

El espíritu adquisitivo no es el amor a la belleza: nace del deseo de seguridad, pero tener seguridad es ser insensible. El deseo de seguridad crea el temor, y pone en movimiento un proceso de aislamiento que levanta paredes de resistencia alrededor de nosotros, que impiden toda sensibilidad. No importa lo bello que sea un objeto, pronto pierde su atracción para nosotros; nos acostumbramos a él y lo que antes era un placer se convierte en algo hueco e insípido. La belleza está todavía allí, pero ya no la vemos; fue absorbida por la monotonía del diario vivir.

Puesto que nuestros corazones están marchitos y nos hemos olvidado de ser bondadosos, de contemplar las estrellas, los árboles y el reflejo de las aguas, necesitamos el estímulo de las pinturas y de las joyas, de los libros y de infinidad de diversiones. Constantemente buscamos nuevas excitaciones, nuevas emociones; anhelamos una variedad siempre en aumento de sensaciones. Es este deseo y la satisfacción del mismo lo que cansa y embota la mente y el corazón. Mientras busquemos sensaciones, las cosas que llamamos bellas o feas tienen sólo una significación superficial. Sólo hay goce duradero cuando podemos acercarnos a todas las cosas como si fueran nuevas, lo cual no es posible mientras seamos prisioneros de nuestros deseos. El ansia de sensación y halago impiden la percepción de lo que es siempre nuevo. La sensación puede comprarse, pero no el amor a lo bello.

Cuando nos damos cuenta de la vaciedad de nuestras mentes y de nuestros corazones, sin huir de ella para caer en otros estímulos y sensaciones, cuando estamos en franca receptividad, altamente sensitivos, sólo entonces puede haber creación y sólo entonces podremos encontrar el júbilo creador. Cultivar lo externo sin entender lo interno, inevitablemente crea aquellos valores que llevan al hombre a la destrucción y al dolor.

Aprender una técnica puede darnos un buen puesto, pero no nos hará creadores; mientras que si hay júbilo, si hay fuego creador, encontrará mm dio de expresarse; uno no necesita estudiar un método de expresión. Cuando uno quiere realmente escribir un poema, lo escribe; si se domina la técnica, mucho mejor; pero ¿para qué recalcar lo que es simplemente un medio de comunicación, si uno no tiene nada que decir? Cuando hay amor en nuestros corazones, no buscamos un método para expresar en palabras nuestros pensamientos o emociones.

Los grandes artistas y los grandes escritores pueden crear; pero nosotros no, somos meros espectadores. Leemos un gran número de libros, oímos música excelente, contemplamos obras de arte, pero nunca sentimos directamente lo sublime; nuestra vivencia ocurre siempre a través de un poema, de un cuadro, o de la personalidad de un santo. Para cantar tenemos que sentir una canción en el corazón; pero habiendo perdido la canción, buscamos al cantor. Sin un intermediario nos sentimos perdidos; pero tenemos que perdernos antes de poder descubrir algo. El descubrimiento es el principio de la creación; y sin la creación, hagamos lo que hagamos, no puede haber paz ni felicidad para el hombre.

Creemos que podremos vivir felizmente, creativamente, si aprendemos un método, una técnica, un estilo; pero la felicidad creativa sólo surge cuando hay riqueza interna; no puede conseguirse por ningún sistema. El mejoramiento del yo, que es otro medio de seguridad del «mí» y de lo «mío», no es creativo, ni es el amor de la belleza. La facultad creadora surge cuando hay constante comprensión de las manifestaciones de la mente y de los obstáculos que ha forjado para sí misma.

La libertad de crear surge con el propio conocimiento; pero el conocimiento propio no es un don. Se puede ser creativo sin poseer ningún talento particular. La creación es un estado del ser del cual se han ausentado los conflictos y las tristezas del yo, un estado en el cual la mente no está encerrada en las exigencias y las pesquisas del deseo.

Ser creativo no es simplemente producir poemas, estatuas o hijos. Es encontrarse en aquel estado del ser en el cual se manifiesta la verdad. La verdad se manifiesta cuando hay cesación completa del pensamiento, y el pensamiento cesa sólo cuando el yo está ausente, cuando la mente ha dejado de crear; es decir, cuando no es prisionera de sus propias ambiciones. Cuando la mente está totalmente en reposo, sin haber sido coaccionada o adiestrada en la quietud, cuando está en silencio porque el yo está inactivo, entonces hay creación.

El amor a lo bello puede expresarse en una canción, en una sonrisa, o en el silencio; pero la mayor parte de nosotros no nos sentimos inclinados al silencio. No tenemos tiempo para contemplar las aves, las nubes que pasan, porque estamos muy ocupados con nuestros empeños y placeres. Cuando no hay belleza en nuestros corazones, ¿cómo podemos ayudar a los niños a ser sensitivos y a estar alertas? Tratamos de ser sensibles a la belleza al mismo tiempo que huimos de lo feo; pero el huir de lo feo nos hace insensibles. Si queremos desarrollar la sensibilidad de los niños, tenemos que ser sensibles a la belleza y a la fealdad y debemos aprovechar toda oportunidad para despertar en ellos el júbilo que hay en contemplar no sólo la belleza creada por el hombre, sino también la belleza de la naturaleza.



en La educación y el sentido de la vida, 1993








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